Zozobra mediática y social en un fin de semana sin fútbol. Las audiencias televisivas se resienten y los anunciantes se retraen, las páginas de los periódicos no se llenan, los matrimonios antiguos se enternecen, las radios adormecen sin el sonsonete del gol y las barras de los bares se vacían. El mundo se paraliza hasta extremos tetraplégicos, la vida urbana debe buscar nuevas formas de enfrentamiento, las horas no pasan y la depresión del domingo por la tarde se instala en todas las pupilas. De nada sirve que un puñado de gurus televisivos a sueldo del poder patrio se esfuercen en exaltar los valores imperecederos de la selección. Por mucho Manolo el del bombo, el balompié nacional no interesa ni al toro de Domeq, que ya es decir.
Por suerte la cosa dura poco. Acostumbrados como están los aficionados al fútbol a que la temporada ya no cierra nunca, como los seriales de la tele para las marujas o los casinos de Las Vegas para los ludópatas, uno ya no se imagina un mes entero sin Ronaldinhos o Iniestas: o aumentaría la producción, o se recuperaría la natalidad o se dispararía el índice de lectura. Aunque quizás esto último es demasiado exagerado.
Pero y los pobres aficionados al ciclismo o a las motos, por ejemplo. Quién piensa en ellos desde octubre hasta marzo, más o menos, cuando se inicia la nueva temporada? Y de los del esquí que me dicen? Cuanto les dura a ellos la ilusión? Cuatro meses a lo sumo? Y con que esperanza sobreviven el resto del año? Y en los USA, que las temporadas de NBA, béisbol y NFL duran menos de medio año para que no se solapen y pierdan cuota de pantalla; que hace un seguidor de los Lakers tragándose partidos de los Denver Broncos y carreras de los Yankees durante seis meses? Seguro que la industria de las palomitas de maíz de resiente y nadie hace nada por resolver este drama nacional.
Todos los que hablan de domingo aburrido y otras expresiones sinónimas cada vez que el fútbol de clubes se detiene por una fatal contingencia tipo selección, no tienen ni idea de lo que puede llegar a ser una autentica depresión post temporada, de lo que significa para un tipo capaz de tragarse las siete horas de transmisión de les etapas importantes del Tour sin levantarse ni para ir al baño, un mes y otro sin una mala carrerilla de ciclo cros por la tele: el mono, un síndrome de abstinencia muy cruel y de consecuencias psicológicas imprevisibles que la sociedad, sumergida en la mitología balompédica, es incapaz de calibrar en toda su magnitud. Por lo tanto, menos gurus predicando por teles y radios sobre la tristeza del aficionado en un domingo sin fútbol, y más actuar a favor del bien común, que es el de la mayoría y también el de las minorías. Que tal si comienzan a programar todos los Tour desde la victoria de Perico hasta aquí, o los mundiales desde que Sito Pons ganó en dos y medio. Y digo eso por no pedir un combate de Joe Frazier o el eurobasquet del 73. Recuerdan a Nino Buscató y Wayne Brabender conquistando la plata en Barcelona? Uf, que mono!
Publicat a La Vanguardia
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